Después de Australia, Djokovic luce invencible

Novak Djokovic irradia una aureola de invencibilidad que ahora mismo nadie se atreve a cuestionar.

El serbio le ganó una batalla épica a Rafael Nadal para revalidar su título del Abierto de Australia, en la final más larga de la historia de los Grand Slam y convertirse en el primer hombre que se consagra en tres citas grandes consecutivas en la era abierta.


¿La próxima asignatura para Djokovic? Se trata del Abierto de Francia, el único grande que le falta. Tampoco descarta lo máximo: el Grand Slam.

"Alguien (Rod Laver) lo hizo, así que es posible", dijo Djokovic el lunes tras cumplir con la rutina de sacarse fotos con el trofeo de campeón en un parque de Melbourne.

"Es cierto que estos son tiempos diferentes y el tenis actual es más competitivo y de más desgaste físico", añadió. "Eso hace que el desafío sea más complicado. Pero todo es posible".

Con los Juegos de Londres después de Wimbledon este año, Djokovic puede aspirar a un "Slam Dorado" en el caso de ganar la presea de oro en la cita olímpica, amén de los cuatro grandes.

"La verdad es que estoy en el mejor momento de mi carrera", señaló Djokovic. "Estoy en mi plenitud física y mental. Me siento fuerte, me siento motivado para ganar más trofeos".

Trasnochado, Djokovic festejó de forma diferente este año. En vez de contratar a una banda de música, el serbio imitó que tocaba una guitarra y se puso a cantar la letra de "Highway To Hell", el clásico tema de la banda de rock australiana AC/DC.

Tras 5 horas y 53 minutos, Djokovic derrotó 5-7, 6-4, 6-2, 6-7 (5), 7-5 al español. Fue un partido que acabó a las 1.37 de la madrugada.

Casi fundido, Djokovic celebró su triunfo desgarrándose la camiseta y exhibiendo el torso en una expresión de júbilo. Eran las 4 de la madrugada y todavía seguía dando entrevistas.

No tuvo mucho tiempo para celebrar. Todo fue muy diferente a su consagración australiana el año pasado, en la que derrotó a su amigo Andy Murray, y armó una fiesta en el vestuario que duró todo la noche.

"Me quedé sin energías para celebrar", reconoció Djokovic el lunes. "Quería estar tirado en mi cama".

Al despertarse tras un par de horas, su cuerpo le pasó factura no sólo por la increíble secuencia de tenis contra uno de los jugadores más tenaces y combativos del circuito, sino también por las casi cinco horas de pelea dos noches antes contra Murray.

"Me duele todo el cuerpo", dijo. "La adrenalina sigue prendida a mil ... estoy rebosante de alegría, pero creo que aún no tengo una buena idea de lo que ha ocurrido".

Lo ocurrido fue una final histórica que coronó un inolvidable torneo, con dos semifinales excepcionales: Nadal versus Roger Federer y Djokovic contra Murray.

La séptima victoria en fila de Djokovic sobre Nadal confirmó su condición de número uno del tenis masculino, puesto que hasta el año pasado había sido monopolizado por Nadal y Federer.

Entonado tras ganar la Copa Davis con Serbia en diciembre de 2010, Nole arrasó a lo largo de 2011 con tres títulos de las grandes citas y una racha de 41 victorias sucesivas al inicio de la temporada.

Por haber sido el eterno tercero detrás de Nadal y Federer, Djokovic entiende lo que sienten sus oponentes.

"Cuando me enfrentaba con Rafa y Roger, hace tres o cuatro años en las semifinales y finales de Grand Slams, sentía que eran totalmente superiores, que tenían una ventaja mental", dijo. "Sabían que cuando llega el momento de la verdad, el quinto set, siempre iban a prevalecer, se tenían esa seguridad, tenían más experiencia, sabían lo que tenían que hacer".

Ahora es el turno de Djokovic para sentir que es incapaz de perder.